Cada estación habla con nuestros ritmos internos, cada cambio de luz nos recuerda que también nosotras somos tierra que florece, se expande, se recoge y descansa.
Hay un calendario más antiguo que el que dicta la agenda, uno que a mi me parece que no debemos de olvidar nunca: el de la tierra
La Rueda del Año es un calendario ancestral basado en los cambios de estación. Divide el ciclo solar en ocho celebraciones o Sabbaths: cuatro están marcados por los equinoccios y solsticios (los grandes cambios de luz), y cuatro por las festividades celtas de siembra y cosecha..
No mide horas ni días estandarizados, sino amaneceres más frescos, hojas que cambian de color, semillas que se guardan para el invierno, flores que salen cuando acaba el frio. Medicina que crece y hay que preparar para las estaciones por venir. Ese era el calendario que nos sostenía, que nos recordaba nuestro lugar en el ciclo de la vida.
Para nosotras, mujeres, este recordatorio es aún más profundo, porque la naturaleza también habita en nuestros ciclos. La rueda de la tierra y la rueda de nuestro cuerpo se espejean: luz y oscuridad, apertura y recogimiento, creación y descanso. Cada estación habla con nuestros ritmos internos, cada cambio de luz nos recuerda que también nosotras somos tierra que florece, se expande, se recoge y descansa.
Hoy la rueda llega a Mabon, el equinoccio de otoño. El día y la noche pesan lo mismo, como si la vida nos regalara un instante de equilibrio perfecto antes de que la oscuridad avance. En las tradiciones antiguas, Mabon era la fiesta de la segunda cosecha. Se agradecía la abundancia de la tierra, se compartía lo recolectado y se honraba lo que estaba por terminar. No solo se trataba de maíz, calabazas o manzanas: también era una cosecha simbólica.
Mabon es esa curva del año que nos invita a preguntarnos:
¿Qué frutos recojo de mis esfuerzos?
¿Qué aprendizajes guardo en mi canasta?
¿Qué debo dejar ir para entrar ligera al invierno?
En el cuerpo, este momento resuena con la fase lútea: días en los que la energía ya no quiere desbordarse, sino recogerse; en los que buscamos calor, raíces, pausas y silencio. Igual que la naturaleza, vamos tiñéndonos de tonos más suaves, preparando la tierra interna para el descanso.
Pequeños rituales pueden acompañarnos: un chai con hierbas cálidas, hierbas que preparen nuestro sistema inmune, hierbas que abracen nuestro sistema nervioso, una vela encendida al atardecer, una lista de gratitudes escrita a mano. No necesitamos más que presencia: detenernos un momento y decir gracias.
Mabon es la pausa dorada entre la luz y la sombra. Una puerta que se abre para recordarnos que no todo es avanzar, que también hay belleza en soltar, en guardar, en recogernos.
Para mí, Mabon es siempre una invitación a detenerme, a reconocer lo que sí logré —aunque a veces no sea lo que imaginaba— y a confiar en que soltar no es perder, sino preparar espacio para lo nuevo. En este punto del año me recuerdo que mi cuerpo, mi trabajo y mis relaciones también tienen sus estaciones, y que no todo tiene que estar en primavera para tener valor.
Hoy elijo agradecer lo que floreció, honrar lo que terminó y entrar más ligera a lo que viene. Te invito a que hagas lo mismo: date un momento de pausa y pregúntate qué cosecha guardas en tu corazón este Mabon.
Xo,
Liliana.